lunes, 22 de agosto de 2011

Capítulo 2 - Una audiencia inesperada

Blood & Thunder
Capítulo 2
Una audiencia inesperada
"Estos humanos sangran como cerdos. Mira como me han puesto...". Borf el ¿paladín?

Ärthäks observó a su nieto adoptivo con mal disimulada sorpresa. "Es enorme – pensó la elfa." El tauren de color ébano se rascó donde a espalda pierde su casto nombre y bufó mientras Rakkyatt lo observaba. Acto seguido se sacó un pañuelo de una de sus bolsas y comenzó a limpiar su coraza.

– Estos humanos sangran como cerdos – dijo el paladín tauren. - mira como me han puesto.

– Borf, deberías tener más respeto de los difuntos. - dijo Rakkyatt – ¿no te lo enseñó Drusi?

– Sí, sí – respondió el tauren - algo así me dijo una vez. Pero no la hice demasiado caso.
Ärthäks dio un paso adelante y le cruzó la cara de un manotazo al tauren. Este frunció el ceño, pero, observando a Rakkyatt de reojo, no se atrevió a moverse del sitio.

– Deberías tener más respeto a Drusi, Borf – le reprendió la elfa – es tu madre. Adoptiva, si, pero tu madre al fin y al cabo.

– Un momento, perdonen que les moleste, pero, ¿debo entender que se conocían? - preguntó Ghral.

– Así es – respondió Rakkyatt. - Ghral permíteme que te presente a Borf Cuernonegro Bar'el. Es el hijo adoptivo de nuestra hija, Drusïlïa.

– Es un placer, tauren.

– Ojalá pudiera decir lo mismo, moco verde – respondió Borf.
Ärthäks miró con mala cara a Borf. En esta ocasión no le dijo nada. Sabía como era el tauren, increparle sobre su racismo sería una pérdida de tiempo.
Los sacerdotes resucitaban a los caídos en la batalla y sanaban a los heridos detrás de ellos. Uno de los sacerdotes resaltaba sobre los demás. Era el único que resucitaba y sanaba también a los enemigos. Era un no – muerto, un renegado. Estaba sólo. El resto de los sacerdotes se alejaban de él, como temiendo que La Plaga que temieron tanto tiempo aún siguiera latente y se pudiera contagiar a través del aire. El sacerdote alzó la vista y vio un guerrero que tenía una flecha clavada en el corazón. Estaba alejado del resto. Casi en la salida de la ciudad. Se movió hacia allí con paso renqueante y comenzó el ritual de sanación. Entonces notó un golpe en la espalda y cayó de bruces. Un elfo de la noche con dos cuchillos se abalanzó sobre él gritando algo ininteligible en común. Justo cuando iba a caer sobre él una fuerza tiró del elfo hacia atrás alejándolo. Quedó de espaldas a unos cinco metros de distancia, de pronto una espada salió por la parte de atrás del cuello del elfo y salpicó de sangre el suelo a su espalda. El pícaro cayó de rodillas ya muerto. Entonces el renegado posó su vista sobre su salvador por primera vez.
El elfo caminó hasta donde él estaba y le tendió una mano para ayudarle a levantarse. El tacto era frío, tanto que le helaba los huesos.

– ¿Te encuentras bien? - le dijo con una sonrisa.

– Sí, gracias, milord – respondió el renegado – le estaré eternamente agradecido.

– No hay nada que agradecer, renegado. - respondió Rakkyatt.

– Me llamo Holyn, mi señor – dijo el renegado – en lugar de renegado.

– Bien, Holyn, me llamo Rakkyatt, y me da la impresión de que este será el comienzo de una larga y próspera amistad.
Rakkyatt comentó a sus compañeros que debía dirigirse a ver a Thrall. Había decidido ofrecer sus servicios a a horda para las misiones en las que estos les requirieran. Sin duda, pensaba el elfo, en aquellos tiempos aciagos la horda se beneficiaría de tener más manos amigas dispuestas a ofrecer su ayuda. Al entrar en el fuerte Grommash vio a casi todos los que antes estaban reunidos con Thrall. Pero no a Thrall. Vol'Jin, el Troll tampoco estaba por allí. Aquello era extraño. ¿Dónde se habían metido? Un orco se acercó a él con su desgarbado caminar mirándole de arriba a abajo.

– ¿Qué es lo que quieres, elfo? - preguntó con hosquedad.

– Quería ver a Thrall, noble Eitrigg, - dijo Rakkyatt que había reconocido al orco

- ¿Dónde se encuentra? Quería ofrecerle los servicios de mi hermandad para lo que él precisara.

– No se encuentra, elfo.

– ¿Qué quieres decir?

– Thrall se ha marchado al Vórtice, a luchar con Alamuerte. Ha dejado a Garrosh Hellscream al mando. Si necesitas algo, habla con él.
Rakkyatt miró al frente y le vio. Garrosh Hellscream le miraba directamente a él. Esperando a que se acercara. Rakkyatt observó los gestos del nuevo Jefe de Guerra.
No. Conocía a Garrosh. No era un líder. No, al menos, para él.
Luchó bajo sus órdenes en Rasganorte. Era bestial. Inhumano. No conocía el significado de la compasión. Sólo el de la muerte, y no le importaba manda a sus propios soldados a ella si con ello conseguía la victoria. No. A él no le ofrecería sus servicios.
Rakkyatt dio la vuelta y salió del fuerte Grommash, dirigió sus pasos hacia sus nuevos compañeros. Entonces oyó una voz a sus espaldas. Reconocía aquella voz. Se giró y le vio con su túnica de chamán. Thrall discutía acaloradamente con uno de sus consejeros que le increpaba una y otra vez diciéndole que no era el momento, que no debía irse. Thrall lo despachó con una mirada y se dirigió a uno de los ascensores para coger uno de los Jinetes del Viento. Rakkyatt se interpuso en su camino. Se arrodilló ante él y le suplicó unos segundos de atención.

– Lock' Thar, camarada – dijo Thrall - ¿Cuál es tu deseo?

– Mi señor yo me dirigía a Fuerte Grommash, a ofreceros los servicios de mi hermandad. Pero me dijeron que os habíais ido, que vuestro honorable lugar lo ocupaba Garrosh. Mi señor, yo luché junto a Garrosh en Rasganorte, no estimo que sea la persona más apropiada para dirigir a la horda – Rakkyatt, temeroso del poder del mayor chamán del mundo, midió sus palabras dándose cuenta de que había puesto en tela de juicio las decisiones de su Jefe de Guerra. O al menos del que lo había sido.

– ¿Cómo te llamas, elfo?

– Rakkyatt, mi señor.

– Bien, Rakkyatt. Tú no eres quién para poner en entredicho mis decisiones. Por supuesto no eres el primero que me comenta que esto es un error. No obstante mi decisión es firme. Y si he puesto a Garrosh al frente de la horda es porque tengo mis motivos. Sí me eres tan fiel a mi como dices, le serás fiel a él.
Thrall siguió su camino sin volverse. Rakkyatt se levantó del suelo y observó como aquel ser al que tanto admiraba partía con rumbo incierto. Se volvió con el Fuerte Grommash ante él. Y comenzó a andar.
– Si es bueno para él – se dijo recordando las palabras de Thrall – ha de serlo para mí...
CONTINUARÁ...

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