miércoles, 28 de diciembre de 2011

Capítulo 8 - Retorno

Blood & Thunder
Capítulo 8
Retorno

La hoguera desprendía un fulgor anaranjado que se estrellaba contra el suelo nevado arrancando tímidos destellos. Urrk se frotó las manos y se acercó un poco más a la hoguera, tratando de arrancarse ese frío que se calaba en los huesos y congelaba la sangre en las venas. Sus dos compañeros de viaje, aparentemente inmunes a este efecto, observaban el humo que ascendía hacia el cielo nocturno como si de un espectáculo se tratara. El orco los observaba en silencio, frotándose las manos y tratando de quitarse aquella incómoda sensación de perenne congelación.

  • Mi señor – dijo rompiendo el silencio - ¿qué os hizo venir hasta Rasganorte?


  • Rakkyatt sonrió, con el fulgor de la hoguera dibujando sus facciones. Sabía que el día de las respuestas, tarde o temprano llegaría. Pero esperaba estar en Lunargenta, en su terreno; no allí en aquel páramo helado. Rememoró los acontecimientos que le llevaron hasta Rasganorte, tomándose su tiempo para contestar. Quería recordar todo tal y como había sucedido. Clavó su mirada en la de Urrk y cambió su sonrisa por una mueca de seriedad.

  • Creo que merecéis saber lo que pasó -reflexionó Rakkyatt- Al fin y al cabo habéis venido hasta Rasganorte para ayudarme a llevar a cabo una tarea que ni vosotros mismos conocéis.


  • Rakkyatt se levantó del suelo donde había permanecido sentado, se giró y dirigió la vista hacia el cielo nocturno estrellado, como si aquellos astros pudieran darle las respuestas que había buscado.

  • Todo empezó hace unos meses. - dijo tras unos segundos de silencio – Como recordarás Urrk te envía junto con Kandel y Raisidian a buscar un documento al Monasterio Escarlata.


  • Como yo esperaba ese documento contenía una información vital para el mundo. Según ese documento, Arthas, había sido al fin ajusticiado. Aquella misiva debía ir dirigida directamente a los mandos del Alba Argenta, pero fue robada por la cruzada Escarlata en algún camino y entregada a Mograine y Melenablanca en algún momento sin determinar. Al leer aquella misiva, de cuya existencia sólo tres personas de nuestra orden sabían, entendí que debía venir aquí, a Rasganorte, y comprobar que la información contenida era cierta.

  • ¿Y bien, Rakk? - preguntó Gädeä – ¿es cierta?


  • Hasta donde he conseguido averiguar, si. No obstante, debería entrar en Corona de Hielo para cerciorarme por mí mismo. Aunque, en estos momentos es imposible hacerlo.


  • ¿Por qué? - preguntó Urrk


  • La Cruzada Argenta vigila la entrada a la fortaleza y no deja entrar a nadie. Así pues, esto no hace más que confirmar mis sospechas. Arthas Menethil, ha muerto.


  • Pasaron varias semanas, e intentaron por todos los medios acceder a la fortaleza del rey exánime, todos sus esfuerzos fueron inútiles. La Cruzada Argenta custodiaba la entrada de la fortaleza tal y como Rakkyatt les había dicho y no dejaban acceder a nadie que no perteneciera a su orden. A pesar de que Rakkyatt era un miembro distinguido de la misma, le despacharon con excusas varias, cada una de ellas más incoherente que la anterior. Al final, se dieron por vencidos y prepararon las cosas para regresar al hogar.

  • No es justo – masculló Urrk - ¿Porqué no nos dejan entrar?


  • Está claro Urrk – respondió Gädeä – Arthas está muerto.


  • Rakkyatt miró a lo alto de las torres de la fortaleza, en silencio y sonrió siniestramente.

  • Que no nos dejen entrar, no significa que no vayamos a hacerlo.


  • Llamó a su dragón rojo y le susurró algo al oído. El magnífico animal asintió y voló hacia las tropas que custodiaban la entrada. Planeó por encima de ellos y, de pronto se dejó caer.

  • Ocultaos el rostro y permaneced atentos – dijo Rakkyatt a sus aliados mientras echaba a correr hacia la puerta de la fortaleza.


  • El grupo corrió en pos de Rakkyatt mientras los soldados se agolpaban alrededor del dragón “caído”. Al llegar a su altura, Rakkyatt hizo uso de sus poderes innatos y congeló a los soldados en el sitio. Soriastrasz volvió a emprender el vuelo y los tres amigos cruzaron los pasillos de la fortaleza del rey exánime a la carrera. Los pasillos estaban todos vacíos. Los cadáveres desmembrados de los miembros de la plaga se esparcían aquí y allá. Por fin llegaron hasta la cámara donde se alzaba el trono helado. Rakkyatt subió los peldaños poco a poco, con cautela, observando a la figura que le observaba sin verle desde el trono, dentro de un enorme bloque de hielo, tal y como permaneció Arthas antes de su renacimiento. Entonces, vió el rostro y reconoció a la persona bajo el yelmo del rey exánime. Aquel héroe era de sobra conocido. 

  • ¿Señor? - llamó Urrk.


  • Rakkyatt se giró y miró al orco, que sujetaba su propia capa en las manos, sobre ella había un objeto de grandes dimensiones. Rakkyatt se aproximó hasta el orco y observó estupefacto el objeto.

  • Es... estaba aquí en el suelo, señor – explicó el orco.


  • Déjala donde la has encontrado, Urrk – respondió el elfo.


  • Urrk se agachó muy despacio, y con sumo cuidado depositó la Agonía de Escarcha partida en el suelo. Verla así, rota, confirmó las sospechas de Rakkyatt y al fin, tras muchos años, sonrió sinceramente y con ganas. Arthas Menethil había muerto.

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