domingo, 25 de diciembre de 2011

Capítulo 7 - El fin del camino

Blood & Thunder
Capítulo 7
El fin del camino
La nieve crujía a cada paso y se arremolinaba mientras caía. El viento gélido silbaba mientras caminaba seguida de cerca por Nalqua. El diablillo caminaba dando pequeños saltos y emitiendo agudos chilliditos. Al pequeño le encantaba Rasganorte y, Gädeä lo sabía. La teoría que tenía la no – muerta es que las energías demoníacas de Ner'zhul antes de unirse con Arthas aún seguían flotando en el ambiente, y Nalqua las percibía con toda claridad. Como siempre, Rakkyatt descartó aquella posibilidad diciendo que si fuera por esas energías, a Nalqua le gustaría más Terrallende que Rasganorte, ya que aquella porción de tierra antiguamente llamada Draenor, aún acogía muchos demonios así como gran parte de la Legión Ardiente.
            Gädeä sabía que se acercaba a su destino, y, si su corazón aún latiera, se habría desbocado de la emoción. Había ido a ver a Alextrasza, pues sabía que Rakkyatt aprovecharía el viaje para ver a la Reina de dragones e informarle del progreso de la hermandad. Aún así, no tenía ni idea aún de por qué el altonato se había ido sin decir nada y de la noche a la mañana.
            Cuando llegó al Templo del Reposo del dragón y ascendió a su cúspide gracias a su caballo volador, Alexstrasza no estaba allí, así como tampoco Rakkyatt. Cromi le informó a la no – muerta de que ni siquiera habían visto al elfo. Decepcionada y con ganas de volver al hogar, Gädeä descendió de nuevo y se detuvo a mirar alrededor. ¿Dónde podía estar Rakkyatt? Por un instante, trató de pensar como él.
  • Si yo fuera Rakk, - se dijo a sí misma en voz alta - ¿Dónde habría ido?
Nalqua emitió otro de sus chillidos repentinamente y señaló al norte. Gädeä miró hacia donde su “hijo” le indicaba. Sonrió para sí y le palmeó la cabeza al demonio.
  • Muy bien, - dijo al diablillo – cuando lleguemos a casa te compraré unas galletas de esas que tanto te gustan. El diablillo dio una voltereta en el aire de puro contento y siguió a la bruja en dirección norte.
Estaba atrapado, lo sabía, aquella tumba de hielo era más fuerte de las que él lanzaba. Al fin y al cabo, era el Rey Exánime quien la había formado. Trató de moverse en el interior e hizo fuerza para tratar de romperla, era imposible. El hielo ni siquiera crujió. Mientras, en el exterior de la tumba de escarcha, Arthas, invocaba necrófagos a su alrededor.
  • Diviértete – dijo, su voz atronando en la caverna.
Arthas cogió el martillo y lo lanzó con fuerza al otro lado de la cueva, aún más lejos del alcance de Rakkyatt. Se encaminó al exterior ante la mirada del Caballero de la Muerte entre risas graves.
Los necrófagos se fueron apiñando a su alrededor mientras el hielo se derretía poco a poco. Los agudos gritos resonaban por doquier, Rakkyatt no era capaz de oir otra cosa. Entonces, sucedió. Del techo de la caverna comenzó a llover rocas en llamas alrededor de la tumba de Rakkyatt. El fuego derritió la tumba de escarcha y destrozó a los no – muertos que se agolpaban alrededor del altonato. Rakkyatt se giró, la vió y sonrió.
  • ¿Te alegras de verme, Rakk? - preguntó Gädeä socarronamente sin dejar de invocar sus poderes.
  • No sabes cuanto – respondió el elfo corriendo hacia ella.
Gädeä hizo llover fuego alrededor de ellos manteniendo a los necrófagos a raya. Aquel que no caía ante el fuego de la bruja, probaba las afiladas espadas de Rakkyatt. Pero no conseguían avanzar, solo se mantenían en el sitio. Pero los necrófagos no dejaban de aparecer.
  • ¡¡¡BLOOD AND THUNDER!!! - rugió alguien a sus espaldas.
Los dos amigos se giraron y vieron al enorme orco sacando su hacha del cráneo de un necrófago. Corrió hacia ellos y se colocó junto a su Alto Señor.
  • ¿Alguna idea, mi señor? - preguntó el orco mientras le clavaba una de sus hachas a un  necrófago desde el hombro a la cadera.
  • Tengo una – respondió Rakkyatt diciéndose a sí mismo que ya llegaría el momento de las preguntas – pero es una locura y no se si funcionará.
  • Me encantan las locuras, mi señor. - respondió Urrk cercenándole la cabeza a un necrófago – Además no tenemos muchas opciones, si me permite la observación.
  • De acuerdo, atraelos. Si mi plan funciona, solo será un momento. Cúbreme voy a conseguir algo más de ayuda.
Rakkyatt alzó los brazos hacia el techo de la caverna y un extraño aura empezó a envolverle.
  • ¡Hijos de la plaga – gritó – alzaos y morid por mi!
De la palma de sus manos surgieron de pronto unos oscuros rayos que se estrellaron contra el suelo que se empezó a estremecer con cada uno. De pronto, la límpida superficie del suelo de la caverna comenzó a estremecerse alli donde le había caído cada rayo, se rompió y salió un necrófago de cada una de las aperturas. En un abrir y cerrar de ojos, Rakkyatt estaba rodeado de diez necrófagos de su propia creación,  los cuales marcó el objetivo más cercano y acto seguido se perdió en la marea de cuerpos putrefactos que eran sus enemigos.
Su avance era bien visible. Allá por donde se dirigía el elfo, el camino se iba abriendo, aunque, igualmente, se cerraba tras él. Urrk y Gädeä aguantaban mejor gracias a los necrófagos de Rakkyatt. No obstante, la bruja se sentía al límite de sus fuerzas. Sabía que pronto debería parar.
  • ¡Rakk! - gritó la bruja – no podré aguantar mucho más.
  • Urrk – la voz de Rakkyatt resonaba en la cueva haciendo imposible discernir su posición exacta. - Protege a Gad, y si os veis muy mal, sácala de aquí.
  • Señor, hemos venido a rescatarle, y no nos iremos sin vos. - respondió el orco.

Durante unos segundos, se hizo el silencio. Y todo pasó a la vez. Gädeä, extenuada, dejó caer sus brazos y cayó de rodillas, agotada. Urrk, se giró y guardó una de sus hachas. Cogió a Gädeä con su brazo libre mientras atacaba con el otro. Nalqua continuaba atacando a los necrófagos, pero los “soldados” que Rakkyatt había invocado hacía tiempo que habían desaparecido. Y para culminar la cosa, no se veía señal de Rakkyatt. Retrocediendo como estaba, Urrk no se dio cuenta de que se estaba arrinconando contra una pared. Cuando vió como estab era demasiado tarde. No podía avanzar hacia ningún lado. Maldijo su mala suerte y, sin soltar a Gädeä, a la que protegería con su propia vida si fuera necesario, se puso en posición de combate. Dispuesto a luchar, dispuesto a morir.

De pronto una luz brilló en el techo de la caverna. Todos los necrófagos se detuvieron al verla y se quedaron mirando. Urrk entornó los ojos y al momento reconoció el mítico martillo de Arthas, Venganza de la Luz. Rakkyatt salió de entre los necrófagos como una estampida.
  • ¡SORIASTRASZ! - llamó sin detenerse.

Un dragón rojo salido de la nada entró en la cueva y el altonato saltó a su lomo. Indicó a Urrk que subiera y cogió a Gädeä cuando el orco se la tendió con la misma delicadeza con la que seguramente cogió a sus propios hijos el día de su nacimiento.
Salieron de la cueva a lomos de Soriastrasz y dieron un pequeño rodeo. Acto seguido el dragón volvió a posarse en la entrada.
  • ¿Qué hacemos aquí otra vez, Rak? - preguntó Gädeä
  • Confirmar mis sospechas – respondió el elfo.
El grupo entró en la cueva y localizaron el martillo en seguida. Reposaba en el suelo de la caverna, inerte. Rakkyatt se agachó a tocarlo y se paró a unos centímetros. Dirigió su vista hacia delante y sonrió. Allí estaba de nuevo. Arthas. Urrk se lanzó a por él lanzando su grito de guerra y Arthas lo paró en seco con una sola mano. Lo agarró del cuello y empezó a apretar. Entonces, Rakkyatt, le cortó la mano con la que sostenía al orco, y se echó a un lado. Una bola de fuego que Gädeä había estado preparando desde que vieron al Rey Lich aparecer se estrelló contra el enorme pecho de este. Arthas cayó al suelo con estrépito levantando una nube de polvo y nieve y Urrk lo remató hundiéndole el hacha hasta el mango en el pecho.
Los tres amigos rodearon el cadaver sin soltar sus armas y lo observaron durante unos segundos. Rakkyatt le quitó el casco y al ver el rostro se dió la vuelta y, cogiendo el martillo se dirigió a la entrada de la cueva. Gädeä y Urrk fueron en pos de él.
    • Mi señor, ¿Qué pasa? - preguntó Urrk.
    • ¿Es que no te has dado cuenta, Urrk? - le dijo Gädeä – Ese, no era Arthas.

            CONTINUARÁ...

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