martes, 18 de octubre de 2011

El peor error de mi vida


Thelas Bar'el Capítulo 3

Thelas Bar'el
El peor error de mi vida

El entrechocar de acero restallaba a mi alrededor. No me importaba. Sólo importaba lo que tenía entre mis brazos. Aquel cadáver era todo mi mundo ahora. Debía ponerlo a salvo para que un sacerdote la resucitara. Entonces oí el quejido. Era muy característico. Y ya lo había oído antes, justo antes de morir, y durante aquel tiempo que mi cuerpo y mi mente habían pertenecido a la plaga, cada día. Negrófagos. Los que habían sido mis aliados observaban el cadáver de Art con ojos hambrientos, sin moverse, sin decidirse a lanzarse a dar el primer bocado. La besé en sus labios que aún conservaban la calidez de la vida y la deposité en el suelo con delicadeza.. Cogí mi espada antes de levantarme, me quité el yelmo y lo arrojé a un lado. Ya no lo quería. No lo necesitaba. El primero de los necrófagos se lanzo al ataque salté y, girando en el aire, lo abrí en canal. El retorcido no – muerto cayó al suelo, un amasijo deforme de huesos y carne semi descompuesta. El resto observaron pacientemente. Yo me quedé como clavado en el suelo, mirándolos. Eché la mano hacia delante y una nube de escarcha los hizo pedazos a tres de ellos. Uno me atacó por el flanco y yo lo encerré en una tumba helada. El último que quedaba se acercó corriendo con un alarido y le atravesé la garganta con mi hoja con un sencillo movimiento frontal. Entonces, viendo a mis enemigos destrozados, masas de carne que empapaban el suelo con una sangre negra y maloliente, comprendí que mi vida había cambiado en más sentidos de los que creía. Incluso en aquel detalle nimio y sin importancia. Yo había sido un defensor. Ahora era un atacante. No volvería a defender a nadie con mi propio cuerpo, como siempre había hecho. A partir de ahora lo utilizaría para cercenar miembros y reventar cráneos.

Coloqué la espada en mi espalda y cogí el cadáver de Art en brazos. La llevé hasta el interior de la capilla y la coloqué sobre un banco. Salí al exterior nuevamente y me coloqué frente a la entrada de la capilla, espada en ristre. Arthas estaba cerca. Podía sentirlo. Observé a derecha e izquierda. Buscando mi nuevo objetivo. Un cruzado luchaba contra una de las enormes moles de carne. La deforme bestia paraba cada una de sus arremetidas con el gancho que llevaba sujeta a la cadena. En una de esas arremetidas perdió la espada. La deforme bestia lo golpeó con fuerza y él salió disparado dos metros hacia delante. Cayó al suelo con el estrépito de su armadura resonando en mis oídos. Sin pensar lo que hacía me lancé hacia la enorme bestia, que avanzaba riéndose grotescamente al cruzado caído. El hombre me vio acercarme y pude ver la certeza de la muerte en sus ojos. Pensaba que también le atacaría a él. Pasé de largo, dejándole tendido en el suelo y ataqué a la bestia. Arremetió con el gancho con un movimiento descendente, giré sobre mis talones y el gancho golpeó donde yo había estado unos segundos antes. Alzó de nuevo el arma y volvió a bajarla con una velocidad impropia de su tamaño. Esta vez, en lugar de esquivarlo, tracé un arco con mi arma por encima de la cabeza de izquierda a derecha, desviando el gancho. Adelanté un pie, y, a toda velocidad dirigí mi espada hacia adelante. Se hundió en la carne de la bestia como si fuera de mantequilla. Tiré hacia arriba, abriendo el estómago de la bestia, que se desplomó irremediablemente muerto.

Sin darme cuenta de como, la batalla había acabado. Darion Morgraine, nuestro comandante, se arrodilló ante Tyrion Vadin, frente a la capilla de la Esperanza de la Luz. Ni siquiera escuché la conversación. Mis sentidos estaban atentos a otras cosas. Arthas estaba cerca, muy cerca. No sabía cómo, pero lo sabía. Entonces como por arte de magia, apareció ante nosotros. La conversación no era importante, al menos para mi. Yo me concentré en aquel hombre, aquel loco traidor, él y sólo él era el responsable de la muerte de cientos de miles. Entre ellos, Art. Eché a correr hacia delante cargando, para matar a Arthas igual que al gólem y a los necrófagos. En ese momento El Rey Exánime nos apuntó a todos los que cargábamos con Agonía de Escarcha, y al grito de “¡APOCALIPSIS!” Se deshizo de nosotros como meros insectos.

Lo primero que vi al recuperar el sentido fue el rostro de Darion Mograine sobre mi. Me preguntó si me encontraba bien, y me dijo que algunos menos fuertes que yo, habían caído frente al ataque de Arthas. “Más muertes a sumar en su cuenta”, pensé . Le pregunté qué había pasado con Art, si habían encontrado su cadáver dentro de la capilla, me dijo que sí. Y que un sacerdote trató de resucitarla, pero que no lo consiguió. Había pasado demasiado tiempo y su alma era inalcanzable, no podía volver a atraparla. La habían enterrado en una tumba frente a la capilla. Me explicó que ninguno de los cruzados la conocía. Así que fue enterrada en una tumba sin nombre.

“No” - pensé yo – “no enterrarán a Art en una tumba sin nombre”

Cuando cayó la noche, y las dos lunas se alzaban en el cielo negro, salí de Acherus, donde me encontraba y me dirigí a la capilla. Cuando llegué allí había varias tumbas sin nombre. Me acerqué y las abrí una a una hasta que encontré el cadáver de Art. La saqué y la llevé a Acherus. Aún me arrepiento de aquello. Koltira estaba apoyado tranquilamente en el balcón del piso superior y me vio entrando a hurtadillas.

– ¿Qué llevas ahí? - Preguntó intrigado – Vamos, me salvaste la vida en el bastión escarlata, te debo una. ¿Por qué no me lo enseñas?

Le mostré el cadáver de Art, y escuchó toda la historia, cómo mi propia hoja había acabado con ella. Me dijo que no tenía que renunciar a ella. Que los Caballeros de la muerte – o caballeros de la Espada de Ébano tal y como nos hacemos llamar ahora – éramos capaces con un gran dominio de nuestros poderes de canalizar nuestra energía y resucitar a nuestros aliados. Estuviera donde estuviera su alma. Pero que, ni siquiera él, era capaz de dominar ese poder.

Oculté el cadáver de Art en Villarefugio, en el antiguo bastión Escarlata, dentro de una tumba de escarcha; investigué cómo funcionaban aquellos extraños poderes. Mi búsqueda me llevó hasta Terrallende. A la biblioteca Arúspice. Allí tuve que luchar contra innumerables bestias para adquirir poder, y cuando encontré los archivos que buscaba, volví a Villarefugio. Canalicé mis poderes tal y como decía el libro. No se que hice mal. Aún hoy lo que sucedió me atormenta día y noche. Aún hoy intento subsanar aquel fatídico error.

De alguna manera, mi estúpida inexperiencia, hizo que mi hechizo saliera mal. No se cómo parte de mis poderes fueron transmitidos a Ärthäks. La tumba de hielo se resquebrajó y mi corazón se hizo pedazos al ver el color de sus ojos. Le había transmitido mi maldición. Ärthäks se había convertido en un Caballero de la Muerte por mi culpa.

Ella me perdonó. Adujo que lo único importante es que seguíamos juntos. Que no importaba la manera. Que no importaba cómo éramos ahora. Que lo importante es que, realmente, seguíamos siendo nosotros. Yo la observaba , mirando sin ver el azul de sus ojos. Más allá de aquella mirada que delataba nuestra maldición, seguía siendo ella. Aquella esposa de sonrisa sempiterna que alegraba mis días y me hacía olvidar las penas. Y yo, me había convertido en un monstruo. Un asesino de masas con un alma condenada al más negro de los infiernos. Los últimos meses me los pasé alimentando el odio que sentía por Arthas. Pero en aquel instante me di cuenta de que yo no era mucho mejor que él. Al fin y al cabo, ¿Qué era lo que realmente nos diferenciaba?

Cierto era que a mi me dominaba él, poseyendo mis pensamientos por entero. Pero, ¿y a él? Todos en Azeroth y Terrallende sabían que Agonía de Escarcha era un arma con conciencia propia, y que era ella la que había poseído la mente y el alma de Arthas. Él no era más que un esclavo de los designios de la espada así como yo lo fui de él. Por tanto, si a él no le servía aquello para que se perdonaran sus pecados, ¿Por qué yo iba a ser distinto?

Los siguientes meses los pasé en Terrallende, cumpliendo misiones, acabando con la vida de cientos de enemigos y, sobretodo, haciéndome más fuerte y explotando las capacidades de mis poderes al máximo. Volví a conocerme a mí mismo en aquellas tierras extrañas que tan pronto eran un erial rocoso como se convertían en frondosos bosques o selvas cuyas ramas ocultaban todo rastro del sol.

Pronto me llamaron a las armas en Rasganorte. Aquellas tierras heladas serían determinantes en mi futuro y en el de la hermandad que pronto estaría destinado a fundar. Pues en aquellas tierras conocí a aquel ser que me haría seguir sus doctrinas. Un ser maravilloso que me devolvería las ganas de seguir adelante cuando ya apenas me quedaban fuerzas. Un ser bajo cuyas órdenes es un lujo y un placer hallarme.

CONTINUARÁ...

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