miércoles, 19 de octubre de 2011

Las Estepas Heladas


Thelas Bar'el Capítulo 4

Thelas Bar'el
Las Estepas Heladas

¡Cuantos recuerdos me traía Rasganorte! Cuando el zepelin me dejó en Tundra Boreal, me cubrí los ojos con la mano haciendo visera. La cegadora luz del sol reflejada en la nieve quemaba mis retinas y traía destellos de un pasado sangriento y deshonroso. Cuando Arthas reclamó Agonía de Escarcha, unos pocos de los soldados que vinimos hasta aquí con él no estábamos demasiado orgullosos del descabellado giro que habían dado los acontecimientos. Algunos, como yo, aún éramos fieles a Uther Ligthbringer y no estábamos dispuestos a dejarle en el olvido así por que sí. De esta forma trazamos un plan para que cuando Arthas partiera en compañía de Brann Barbabronce a por su nuevo arma, nosotros partiríamos de nuevo rumbo al hogar. No lo hicimos así como así ni tomamos aquella decisión a la ligera. Sabíamos las consecuencias que aquello nos acarrearía. Y no me refiero sólo al deshonor que suponía desertar, o a que nos tildaran de cobardes. No. Me refiero a algo más real, me refiero al castigo.

Por aquel entonces, la deserción se castigaba con la muerte. Y ese sería el resultado final y fatal de nuestros actos. Aún así, yo, al igual que muchos otros, decidimos hacerlo. Abandonar a su suerte al príncipe de Lordaeron y a nuestros hermanos.

Cuando cayó la noche nos levantamos y salimos de nuestras tiendas. Las lunas gemelas adornaban el cielo como dos enormes ojos que nos observaran, escrutando cada uno de nuestros movimientos y juzgando nuestros actos. Rodeamos toda la línea de la costa hasta dar con un campamento de unos colmillarr. Éstos dormían plácidamente y había pocos guardias apostados. Aunque algunos apostaron por acabar con ellos, el sentido común se impuso. Unos cuantos nos acercamos a ellos y nos cedieron uno de sus barcos para volver a los Reinos del Este. Los colmillarr tenían tantas ganas de vernos por allí como las que nosotros teníamos de estar allí. Por suerte (o infortunio) Arthas se adelantó a nosotros y, bueno, el resto es historia. Ya se sabe lo que hizo Arthas... Cuando llegamos al puerto de Quel'danas, la noticia del príncipe traidor se conocía en todo el mundo. Y el resto de los desertores y yo, acordamos decir que habíamos decidido volver de Rasganorte tras ver el dramático giro de los acontecimientos. Así pues, nadie nos hizo más preguntas. Cada uno volvió a su respectivo hogar, ignorando completamente lo que nos tenía preparado el destino.

Hoy volvía al lugar que hacía tanto dejé atrás. Al peñasco helado que flotaba en el mar por pura inercia, testigo mudo de crímenes, barbaries indescriptibles y del nacimiento del Rey Exánime. Aunque no así de la muerte de Arthas, no. Arthas murió en Stratholme, junto a sus mercaderes y ciudadanos.

En Rasganorte, cuando yo llegué, antes del resurgimiento de Neltharion; había mucho trabajo pendiente. Yo iba haciendo lo que podía, retrasando a mis antiguos aliados humanos, gnomos y enanos en las costas, arrebatándoles territorio en la zona conocida como Conquista del invierno, y acabando con enemigos que lo eran de ambas facciones. En una de esas misiones me enviaron a acabar con el gigantauro. Una criatura gigantesca con cuerpo humano y pezuñas de buey. Medía más de tres metros y creo que sobra decir que no le gustaban demasiado las razas “civilizadas” de la Horda y la Alianza.

Me dirigí a Cementerio de Dragones donde habitualmente se le había visto y comencé a buscarlo. No tardé demasiado en encontrarlo. Al fin y al cabo no era tan difícil. Me enfrenté a él, con tesón y rabia, con maestría y rencor. Al final, la bestia cayó a mis pies, aunque he de reconocer que me costó bastante. Me dirigía de nuevo a Campo de Venganza, a cobrar mi recompensa cuando noté un dolor agudo en el pecho. Metí la mano bajo las pieles y las placas de mi armadura y, al sacarla, vi sangre. El gigantauro me había herido. Me sentía débil. Intenté dar un paso, llegar hasta mi caballo, pero no puede. Un paso sólo uno y caí desplomado sin conocimiento.

Cuando desperté me encontraba en unas cálidas habitaciones, cubierto de sedas y pieles que cubrían mi cuerpo y lo mantenían caliente. Las aparté y comprobé que me habían quitado las pieles y la armadura, que reposaban en una silla. A los pies de la cama. Me levanté despacio, dolorido. Tenía el torso vendado desde la cintura hasta el pecho. Me puse mi capa y salí al exterior. Me encontraba en un frondoso bosque donde un dragón enorme de color verde, etéreo descansaba plácidamente. Me quedé observando a la colosal criatura. Aunque no era la primera vez que veía un dragón, sí era el primero que veía de ese tamaño.

– Esa es Ysera, mi hermana. - dijo una voz femenina a mis espaldas – El aspecto de dragón verde. Se encuentra encerrada en el sueño esmeralda.

Me giré y vi a una bella elfa de sangre, con el pelo de color carmesí, de una belleza indescriptible, caminaba hacia mí. Cada uno de sus pasos destilaba una elegancia sin igual. Era como si en vez de caminar danzara en el aire. Sonreía abiertamente, con amabilidad. Y, aunque no la había visto en mi vida, en seguida supe quien era. Su nombre era Alexstrasza. La Protectora. La reina de dragones. El aspecto de los dragones rojos. Me arrodillé con rapidez, como corresponde en presencia de alguien de su posición.

– ¡Oh!¡No, por la Luz! - dijo ella – levantate, Thelass – lo hice, extrañado de que supiera mi nombre, y, al mismo tiempo orgulloso de que se hubiera tomado la molestia de aprenderlo. - No debes arrodillarte ante mi. Sé tanto de ti, de tu pasado y tu presente, que es como si yo misma te hubiera visto crecer, Nozdormu me lo mostró. Te pido disculpas si te sientes ofendido por mi curiosidad.
– ¿Ofendido? - respondí extrañado – Alteza, lo único que podría sentir es curiosidad por saber por que alguien como vos se molesta en conocer la vida de un simple soldado como yo. No soy nadie, y si habéis visto mi vida, lo sabréis tan bien como yo.
– ¿Nadie? Eres un Quel'dorei, de los pocos que quedan. Eso para empezar. Además has tenido una vida intensa e interesante. Mucho. Pero lo que me hizo interesarme no fue tu pasado, pues hasta hace poco, no lo conocía. Pero he de decir que no todos los días uno de mis hijos me trae el cuerpo de un Quel'dorei medio muerto tras luchar con el gigantauro.
– Alteza, si me permitís la osadía, no os lo volverán a traer, os lo aseguro.

Alexstrasza rió a carcajadas ante mi atrevimiento y continuó hablando.

– Elfo, tienes el don de la palabra, eso no es algo que pueda tener cualquiera. Eres duro de pelar y diestro en el combate. Tienes un cerebro privilegiado y llevas tantos años en este mundo que conoces bien su historia y costumbres. Dentro de no mucho tiempo, este mundo necesitará de valientes guerreros que luchen por él. Guerreros como tú. Siento no poder darte más detalles. Pero debes creerme, Nozdormu me lo dijo.

>>Permíteme que vaya directa al grano, Rakkyatt. El mundo tendrá héroes de sobra. Se pisarán unos a otros para que sus nombres perduren por los siglos de los siglos en los salones de la fama. Pero, cuando ese día llegue, Rasganorte y Terrallende dejarán de ser una amenaza inminente. Nadie se preocupará de lo que aquí suceda. En ese momento, Thelass Bar'el te necesitaremos a ti. Crea una orden, llamala como quieras, una orden militar. No digas a nadie que es orden del Acuerdo del Reposo del Dragón, nosotros siempre hemos sido neutrales. Y aunque ya tenemos fuerzas en la Alianza, si se corriera la voz por alguna de las dos partes, podríamos tener problemas. ¿Lo entiendes, verdad?

– Perfectamente, mi señora – respondí – pero, ¿por qué yo?
– ¿Y por qué no? - dijo sonriendo – Además te he salvado la vida. Por tanto me pertenece a mí. Si lo quieres ver así.
– Alteza es un honor y un privilegio servir a vuestras órdenes, aunque sea en secreto.
– Sabía que dirías eso. - Puso su mano en mi hombro y añadió – como muestra del pacto que acabamos de sellar, permíteme que te haga un obsequio. - Se colocó las manos alrededor de la boca y, mirando al cielo, gritó - ¡SORIASTRASZ!

Un dragón rojo descendió del cielo y se posó a nuestro lado. En un parpadeo, se convirtió en un elfo de sangre vestido con túnicas de colores vivos. Y extendió su mano, que yo estreché con firmeza.

– Te presento a Soriastrasz, él es quien te encontró y te trajo hasta mi. - me explicó Alexstrasza – Ha elegido por su propia voluntad quedarse contigo y servirte en todo lo que pueda.
– Aceptaré gustoso la compañía de un miembro de su estirpe, alteza.

Y así. A lomos de Soriastasz, salí del sagrario esmeralda rumbo a lo desconocido. Rumbo al futuro incierto aún hoy en día. Pero al que me enfrentaré sea lo que sea lo que me depare. Con esperanza, con tesón, con valor y coraje. Y tal y como Mi Reina me ordenó, con la vista siempre puesta en Rasganorte y Terrallende. Esta es mi historia hasta ahora. El resto, la escribiremos entre todos, juntos.

FIN

N. del A.> Aún quedan demasiadas cosas que se que quizá merezcan o necesitan una explicación. Por motivos de extensión (demasiado larga me ha quedado ya) y de trama de la historia de la guild, serán explicadas en otro momento.

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