domingo, 30 de octubre de 2011

Capítulo 6 - Tres historias

Blood & Thunder
Capítulo 6: Tres historias
Urrk, Gädeä y Rakkyatt

URRK

- ¿Pretendes que me quede aquí sentado sin hacer nada? - preguntó Urrk lleno de ira – ¡Pues no será así. Rakkyatt está ahi fuera, en alguna parte. Y pienso encontrarle. Nos necesita. Puede que sea fuerte, no lo dudo. Pero todos sabemos que la unión hace la fuerza ¿no? ¿Para qué fundó Blood and thunder si no?
El resto de los presentes a la reunión asintieron energicamente excepto Ärthäks, Gädeä, y Domynic que se miraban entre ellos, en silencio. Ellos, compartían una intimidad muy especial con Rakkyatt. Cada uno a su manera era confidente del Quel'dorei, y todos y cada uno conocía la historia sobre Alexstrasza y el Cementerio de Dragones. Sabían también por que había partido y por qué lo había hecho solo.
- Lady Ärthäks, vos debéis estar de acuerdo conmigo ¿no? - preguntó Urrk.
- Pues la verdad es que no, Urrk – respondió la elfa.
- ¿Cómo? - El orco se levantó de la mesa, perdiendo completamente las formas y el respeto que tan popular le habían hecho –¡Por el amor de la Luz! Es vuestro marido, mi señora. ¿Cómo podéis no estar de acuerdo? ¿Y si está herido? ¿Y si se ha perdido y no sabe regresar?
- Urrk – respondió la elfa – estamos hablando de Rakkyatt, no de un perro. Sabe volver.
- Pero ese no es el caso, mi lady...
- Basta, Urrk – Domynic se levantó del sitio dirigiendo así las miradas de toda la sala hacia él – Si Rakkyatt se ha ido estoy seguro de que habrá tenido sus motivos. Al igual que los tuvo para ponerme a mí al mando. La Luz sabrá por qué... Pero el caso es que si él ha estimado oportuno partir sólo por algo será. Nosotros no somos quien para juzgarlo ni para poner en tela de juicio sus decisiones. Lo siento pero en este caso fallo a favor de no manda un grupo de búsqueda. Rakkyatt volverá cuando él estime oportuno.


Urrk se levantó de la silla, hecho una furia y salió de la sala sin una sola mirada atrás y dando grandes zancadas. Estaban todos locos. ¿Cómo podían estar tan tranquilos ahí sentados? ¿Acaso no veían que aquello era una decisión importante? Pues muy bien. Si ellos no querían hacerlo, él mismo partiría en su busca. Montó en su Jinete del viento y despegó con rumbo norte. Algo le decía que Rasganorte era el mejor lugar para empezar a buscar.

GÄDEÄ

Cuando Urrk salió tan precipitadamente de la reunión estuvo tentada de salir en pos de él, pues la bruja sospechaba que iba a hacer alguna tontería. Pero la verdad es que en ese momento no le apetecía demasiado. Ella echaba de menos a Rakk tanto o más que Urrk. Pero respetaba sus decisiones. Siempre le pareció un tipo con la cabeza muy bien asentada... para ser un elfo...
La atención de la renegada se dirigió de nuevo a la reunión. Sus compañeros y amigos, más centrados que ella en el tema que les atañía en ese momento, hablaban sobre cuestiones ecónomicas de la hermandad, un dinero que les hacía falta para pagar unas tasas y comprar ciertas cosas que les hacían falta en la hermandad.
La mente de Gädeä volvió a volar a sus propios asuntos, y permaneció ausente el resto de la reunión, sin siquiera escuchar la acalorada discusión que los dos jóvenes de la familia Bar'el, Kandel y Drusïlïa, tuvieron entre ellos. Ni siquiera le importó no enterarse de por qué tuvo lugar la discusión. Una mano delgada y curtida por el peso y el manejo de la espada, se posó en su hombro. Las cuencas oculares vacías de Gädeä miraron hacia arriba aunque sabía de quién se trataba y lo que iba a decirle. Hacía tiempo que la bruja había preparado su equipaje.
- Tengo que hablar contigo, Gäd – Le dijo Ärthäks.
La no – muerta se levantó de su asiento y siguió a la elfa hasta una sala contigua. Ärthäks estaba muy desmejorada desde que Rakkyatt se había ido. Todo el peso de la hermandad cayó sobre los hombros de la aguerrida elfa. Ella no era como Rakkyatt. Mientras que el elfo, todo un aristócrata, se defendía bien en las masas con su oratoria, Ärthäks prefería mantenerse a la sombra de su esposo sin llamar la atención. A ella no le gustaba la oratoria, eran pocos los que habían oido más de tres palabras salir de la boca de la Altonata. Y lo que realmente era una lástima era, que según Rakkyatt, todo el mundo se perdiera sus cánticos. Él los describía como un sonido mágico, capaz de evocar imágenes.
La sala estaba apenas estaba decorada. Los rojos y dorados por doquier desde los suelos hasta el techo. La sala estaba vacía a excepción de una mesa y dos sillas frente a ella confrontadas la una con la otra. Ärthäks se sentó en una de ellas e indicó a Gädeä con un gesto que se sentara en la otra, cosa que hizo inmediatamente la no – muerta.
- Kandel se ha encargado de levantar unas protecciones mágicas en esta sala. - explicó la elfa – nadie, excepto, sospecho, él mismo, oirá nuestra conversación. Debo encomendarte una misión.
- Lo imaginaba – respondió la renegada – creo que sé lo que me vas a pedir.
- Aún así, amiga mía, te ruego que me escuches. Pues debo pronunciar las palabras por mí misma para autoconvencerme de que esto es la única opción que tengo.
- Adelante, pues, te escucho como si no supiera lo que me vas a decir. Si quieres puedo fingir expectación y sorpresa.
- No será necesario. – Ärthäks sonrió levemente ante la excentricidad de su amiga – necesito que vayas a Rasganorte. Allí encontrarás a Rakkyatt, o eso espero. Creo saber lo que está haciendo allí. Puedo llegar a entender su punto de vista y los motivos que le mueven a hacerlo. Pero no lo respetaré, jamás. No puedo respetar que se haya y haya dejado a la orden vendida nada más crearla. No puedo respetar que se haya ido sin dar explicaciones a nadie. Y no puedo respetar que se haya ido sin despedirse siquiera.
- Te entiendo... creo. Lo haré, partiré a Rasganorte. Pero, a cambio, tú cuida de Dom. Que no se meta en demasiados lios.
Ärthäks abrazó a la no – muerta, agradecida, y prometiendo que lo haría, que cuidaría de Dom. Gädeä se despidió con una sonrisa en su cadavérico rostro que desapareció al comprender las implicaciones de lo que iba a hacer.
Para cumplir su tarea tendría que separarse de Dom, y sabía que al guerrero no le iba a gustar la idea. Al fin y al cabo, la última vez que se separaron pasó casi un año hasta que se volvieron a encontrar, y para entonces, ambos estaban muertos. Se dirigió a la sala de audiencias donde había visto a su esposo por última vez, y allí estaba él. Domynic estaba sentado en el suelo, abstraido en sus propios pensamientos o eso parecía, al menos. Gädeä sabía que su esposo hacía tiempo que no se abstraía en sus pensamientos, antes sí. Antes era un gran estratega y un excelente pensador, pero ya no.
- Hola Dom – dijo al ponerse a su altura – Tengo algo que decirte.
- No hace falta que me lo digas, lo se. - respondió él. - Ärt habló conmigo. Y quiero que sepas que no estoy de acuerdo. Al menos no en que seas tú la que vaya.
- Deberías dejar de protegerme se cuidarme sola.
Domynic abrazó a su esposa y le rogó que tuviera cuidado. La bruja salió de la sede de la orden sin mirar atrás, pues sabía que si lo hacía se arrepentiría y se daría la vuelta. Montó en su alfombra voladora y tomó rumbo al norte, a los helados páramos de Rasganorte.

RAKKYATT

La nieve crujía con cada paso bajo sus pies envueltos en unas botas de piel de kodo. A decir verdad iba cubierto de piel de kodo de la cabeza a los pies. No es que le hiciera falta, hacía tiempo que no le afectaba el frío o el calor. Pero tenía que guardar las apariencias. Nadie sabía que él estaba allí, y así debía seguir siendo.
Cuando salió de Lunargenta a lomos de Crepúsculo se dirigió directamente a Quel'Thalas, allí se cambió la armadura por ropa aristocrática y se puso un sombrero para que no se le viera el rostro, y así, de esta guisa; tomó el primer barco que partió a Rasganorte. Al llegar allí, se cambió la fina ropa aristócratica por las gruesas ropas de piel de kodo, pues, a pesar de todo, los caballeros de la muerte seguían suscitando ciertas sospechas en Rasganorte.
Rakkyatt se detuvo en medio del Páramo y observó frente a él, estaba frente a su primera parada y aún se mantenía allí, erguida, soportando los fuertes vientos de Rasganorte, desafiándoles a que intentaran derrumbarla.

La enorme torre que era el Templo del Acuerdo del Reposo del Dragón, proyectaba su sombra sobre la nieve. Imponente, se alzaba ante él esperando que entrara. Pero no podía entrar, no así, no con las manos vacías. Debía llevar un obsequio. Su vista se dirigió inmediatamente hacia atrás, a lo que antaño fue la llamada Caverna de Agonía de Escarcha. Ya sabía que obsequio iba a llevar.
Entró en el interior de la caverna en penumbra y, al fondo, sobre una roca donde antaño reposaba Frostmourne, estaba el martillo que Arthas portó en vida. Aquel sería un gran obsequio. Echó la mano hacia delante para agarrarlo por el mango, y, justo cuando estaba apunto de hacerlo fue congelado en un enorme bloque de hielo.
- Me gustaría decir que me alegro de volver a ver a una de mis creaciones – dijo una voz dolorosamente familiar que retumbaba en las paredes de la cueva – pero mentiría. Además, ¿porqué me iba a alegrar de ver a un traidor?
Arthas salió de detrás de un pilar de roca y se plantó ante la figura congelada de Rakkyatt. En aquel fatídico momento, Rakkyatt, se dio cuenta de que estaba totalmente a la merced del Rey Exánime. Y, aquello, no le gustó ni un pelo. A pesar de todo sonrió.
- Pues yo si que me alegro de verte – respondió Rakkyatt en el bloque de hielo – había oído que habías muerto. Me alegro de que no sea así. Pues, si he venido hasta Rasganorte, es solo para acabar contigo de una vez por todas.

CONTINUARÁ...

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