miércoles, 7 de septiembre de 2011

Capítulo 4 - Jóvenes talentos

Blood & Thunder
Capítulo 4
Jóvenes talentos
"...son las órdenes de mi Alto Señor Rakkyatt, si no te apartas para que pueda cumplir sus designios,  pasaré por encima de ti. " Urrk

Monasterio Escarlata estaba bastante cambiado. Al menos su catedral. Tras pasar por un pasillo completamente lleno de guardias armados se presentaron ante la Forestal Oscura Velonara.
– No sé para qué demonios os han mandado. - dijo con acidez – aquí tengo manos de sobra.

– Puede que sí, - respondió Urrk – Pero son las órdenes de mi Alto Señor Rakkyatt, si no te apartas para que pueda cumplir sus designios pasará por encima de ti.
La forestal se echó a un lado reprimiendo una respuesta y sin quitar sus ojos de encima del orco. El grupo pasó a su lado sin añadir palabra. Pero Kandel, al pasar le guiñó un ojo a la forestal que lo miró con gesto de asco.
– Vaya tacto el tuyo, amigo – le dijo a Urrk al ponerse a su altura.
El orco, a modo de respuesta, emitió un gruñido y se lanzó al ataque. Kandel observó la mortal danza de su amigo con el respeto y la reverencia debida. El orco se movía con una agilidad impropia de alguien de su raza. Desde el día que lo vio por primera vez blandir un hacha, Kandel supo que Urrk no sería un simple guardia de Orgrimmar, como muchos habían afirmado.
Un destello violáceo lo hizo apartar la vista de su amigo. Raisidian lanzaba destellos de su magia arcana canalizándola a través de sus manos. Aún recordaba el primer día que la pequeña se había interesado en la magia. En seguida demostró unas aptitudes excepcionales y Kandel la tomó bajo su tutela. Trató de llevarla por el camino de las llamas, el que él mismo tomó tanto tiempo atrás. Pero cada vez que le mencionaba el tema ella decía que si quisiera hacer llamas cogería leña del bosque.
Kandel se dio cuenta en aquel momento que ambos le miraban con ira en los ojos. Observó a su alrededor y vio que mientras él se entretenía rememorando los tiempos pasados, ellos, en el presente, habían acabado con todos los guardias que había en el patio.
– ¿Serviría de algo decir que lo siento? - preguntó sin esperanzas.

– ¡Oh, sí! - respondió Urrk – sirve para que te pongas a hacer lo que hemos hecho nosotros en la catedral, y rápidito... soldado.
Kandel se adentró en la catedral y empezó a conjurar su magia mentalmente. Su cuerpo empezó a calentarse, como le pasaba siempre. Condujo ese calor a traves de sus brazos hasta sus manos. Estaba listo.
Seleccionó mentalmente un área y le prendió fuego. Todos los que estaban en esa zona cayeron entre agónicos gritos de dolor. El resto de la guardia lo oyó y se lanzó al ataque. El Comandante Escarlata Mograine dijo algo ininteligible en común y empezó el juego. Kandel sonrió para sus adentros bajo su sombrero negro y esperó a que llegaran hasta él. Cuando los tuvo a todos delante conjuró el aliento del dragón. Una testa de dragón apareció sobre su cabeza lanzando una llamarada que acabó con todos sus enemigos.
– Chulo – dijo Urrk al pasar por su lado.

– Yo lo llamo tener estilo, verdoso – respondió el mago

– Pues yo también lo llamo chulería – participó Raisidian
Kandel reprimió una respuesta y comenzó a andar hacia la última persona que quedaba en la sala. El Comandante Escarlata Mograine los miró con ceño en su semblante. Se plantó desafiante. La espada presta, el escudo cubriéndole el torso. El grupo se detuvo a unos metros sin decir palabra. Las palabras eran algo nimio en esos momentos. No había lugar para ellas ahora.
Urrk sacó su hacha y su espada y entrechocó los filos, Raisidian aprestó su bastón, y Kandel empezó a entonar salvas de conjuros en voz baja.



Y empezó la pelea.
Urrk se lanzó como un destello hacia su enemigo, a velocidad tal que solo fue visible la estela que dejó en el camino. Mograine lo esperaba e interceptó el golpe con el escudo, acto seguido empujó con este, alejando unos pasos al orco. Rápidamente, Mograine echó su espada hacia delante, para clavársela a Urrk en el pecho, por un hueco de las placas. Un destello violáceo golpeó a Mograine tres veces seguidas haciéndole retroceder. Urrk miró hacia atrás y vio a la goblin preparando otro de sus hechizos. Esto le dio confianza y se lanzó hacia delante, bajó el hacha y se la clavó a Mograine en el brazo de la espada, cortando músculos huesos y tendones. Lo arrastró hasta tenerlo a unos centímetros, y, echándole el aliento en la cara le dijo:
– Lord Comandante Escarlata Mograine. Te has metido en un lío padre. Me voy a comer tus entrañas.
Después alzó la espada y le cortó la cabeza. La sangre le salpicó el rostro y la coraza de placas. Tendría que ir otra vez a que se la abrillantaran...
Encima de la mesa,junto con un montón de papeles, Kandel sacó unos documentos con el sello de la Horda. Misión cumplida.


– He de reconocerlo – dijo Holyn – Me habéis impresionado. No pensaba que seríais capaces.

– Entonces, - se interesó Urrk - ¿Por qué nos enviaron?

– ¿No está claro? - respondió Raisidian – de cabeza de turco. Nos querían poner a prueba.

– Bueno pues eso es todo – Holyn cambió de tema radicalmente – Tengo que ir a hablar con Lord Thelass, si me disculpáis...
Los tres amigos se quedaron en la plaza, boquiabiertos, esperando una explicación que sabían que no llegaría. Holyn continuó su camino y entró en la sede de Blood and Thunder. Los rojos vivos de la estancia le recordaban... ¿a qué? Ojalá pudiera identificarlo...
En la sala contigua, Thelass Bar'el, conocido como Rakkyatt, se sentaba en su trono, con gesto torvo. Holyn se acercó hasta él y le entregó los documentos que los chicos habían traído. Rakkyatt los cogió y comenzó a leer mientras se mesaba la perilla.
– Sabes lo que significa esto, ¿verdad Holyn? - dijo Rakkyatt

– Sí, Rakk – respondió el sacerdote – ¿Hago los preparativos para el viaje?

– Así es, si esto es cierto, debo comprobarlo por mí mismo.

– Lo entiendo. ¿Quién se quedará al mando?

– Kandel – respondió sin dudarlo.

– Y vuestra señora, ¿no sería mejor elección?

– No. Ella es muy inteligente. Pero le falta algo que a mi hijo le sobra. Carisma.

– Como gustes.
Rakkyatt se colocó aquel tabardo que pensó que nunca más vestiría. Y lo observó durante unos segundos. Él prometió fidelidad a los Caballeros de la Espada de Ébano y no le iba a fallar ahora. Se colocó su casco, oxidado ya después de tantos años guardado. Ese casco que representaba el odio que Arthas tenía al mundo. Aún se sobrecogía al mirarlo. Tantas muertes injustas... Rakkyatt salió a la calle y miró hacia el cielo.

– ¡Crepúsculo! - llamó.
Al instante un maravilloso Guardián Alado descendió del cielo y se posó ante él. Rakkyatt montó en su lomo ensillado.



– Volveré – le prometió a Holyn.

– Más le vale mi señor. - respondió el renegado.
El Guardián Alado emprendió el vuelo con un potente batido de alas y desapareció de la preocupada visión del sacerdote, que se preguntaba si volvería a ver a su jinete.
CONTINUARÁ...

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