jueves, 15 de septiembre de 2011

El ocaso de un héroe


Thelas Bar'el Capítulo 1


Thelas Bar'el
El ocaso de un héroe

Los recuerdos me atormentan... fuego, gritos, sangre... Todo es dolorosamente vívido.
Dormía plácidamente cuando un estruendo me despertó Ärthäks descansaba la cabeza sobre mi pecho. Los ojos cerrados, una sonrisa en el rostro. Acaricié su cara con ternura. ¡Cuánto amor destilaba cada gesto! Con suma delicadeza aparté cu cabeza y me incorporé en la cama. El fuego de las hogueras festivas de Lunargenta iluminaba los oscuros rincones de la habitación. Su luz danzante dibujaba figuras enigmáticas y fantasmagóricas en la estancia. Me levanté de la cama, para correr las cortinas. ¿Cómo un héroe de Azeroth, curtido en tres guerras podía temerle a aquellas danzantes figuras? ¿Como un miembro del ejército que había acompañado a Arthas hasta las heladas estepas de Rasganorte podía tener miedo de unos fantasmas de luz y sombras?

Al llegar a la ventana, con ojos vidriosos, observé el por qué de mis sentimientos. Comprendí que el miedo irracional que creía sentir era más racional de lo que yo me creía.
Lunargenta ardía. Las casas, las torres, las calles. Todo ardía. Lunargenta era una ciudad en llamas. Sus aljibes llenos de agua ahora eran aljibes ígneos. Sus torres rojas se ocultaban entre el rojo fuego...
Reaccioné rápido, tal y como me enseñaron. Desperté a Ärthäks y la pedí que se vistiera y cogiera a los niños. Yo me puse mi armadura, recien pulida. Las manchas de sangre que manchaban la coraza habían desaparecido. Las humillantes marcas de la guerra. Las humillantes marcas de Stratholme y de todo lo que pasó allí. Tantas almas desaparecidas por la locura de un príncipe.

Gritos, fuego y sangre... Una masacre sin sentido. Como en esos momentos. Como en Lunargenta.
Cogí a Kandel en brazos y le indiqué a Ärthäks que me siguiera. Nos abrimos paso hasta la entrada pero, al mirar atrás, lo vi. Un ejército de necrófagos nos perseguía. No querían supervivientes... Como en Stratholme..
Entonces comprendí. No podríamos huir. Al menos no todos. Le pasé a Kandel a mi esposa y la dije que corriera. Que corriera y no mirara atrás. Así lo hizo. Me giré, con lágrimas en los ojos, oía los gritos de mi pequeña Drusïlïa, llamándome. Ellos llegaron, sus ojos ávidos de carne, sus bocas salivaban saboreando el inminente bocado. Le costaría rajé, corté, maté... y morí.
Todo se volvió oscuro y etéreo. No me reposaba en el suelo, flotaba en la nada. En una nada oscura y etérea. No sabía qué hacer. Así que dejé que la negrura me tragara, me absorbiera, que se alimentara de mí... Pero entonces pensé en lo que dejaba. Mis niños, mi esposa. Luché desesperadamente me aferré a la vida. Pero era tarde y la negrura me tragó.

Cuando volví a abrir los ojos, todo había cambiado. No sabía donde estaba, no sabía quien era, solo un nombre se repetía en mi cabeza una y otra vez.
Rakkyatt, Rakkyatt, Rakkyatt...
Ese era yo ahora. Una burla, un sirviente del enemigo. Un Caballero de la Muerte. Un miembro más de la plaga que asolaba Azeroth y que se extendía como una herida de lado a lado del mundo.
Pensando en ello estaba cuando su voz resonó en mi cabeza. "Levanta" - me decía - "Eres el héroe elegido. Tú, para acabar lo que se ha empezado. La extinción de toda forma de vida." Me incorporé, aunque no quería. Mis músculos desobedecían las órdenes de mi cerebro, ahora obedecían al control del Rey Exánime. Y cuando me incorporé los vi. Éramos miles. Cientos de miles. Todos a las órdenes de un demente. Todos dispuestos a obedecer cada uno de sus deseos.
Todo un ejército dispuesto a exterminar toda forma de vida...

CONTINUARÁ...

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